domingo, 9 de marzo de 2014

Nihilista en privado



Y siempre me dan las madrugadas huyendo del sueño. Me evado buscando excusas para no dormir, buscando un enlace al pasado que reavive la maldita llama que se apaga un poco cada día y me recuerda lo banal e insípido de esta existencia, lo fútil y efímero que cada sensación deja en nuestro paladar, para luego prostituirse en los barrios bajos del ayer y mirarnos con la indiferencia propia de esa maldita despechada que es la vida. Abrazamos comúnmente la dicha que acontezca, sin cuestionar, sin barajar entre las cartas de la duda, dejándonos llevar en esa dulce espiral que adormece nuestra ansia de escapar (lo único que nos mantiene atados a este mundo) para luego maldecir a los dioses cuando llegamos al final y nos topamos de bruces con la puta realidad, con las drogas que alteran tu cerebro, con la chica con la que estuviste y te traicionó, con el amigo que cambia de color y muta, con la certeza de que algún día morirás y tu vida no habrá servido para nada, que no eres más que un maldito número entre millones, una cifra inerte que a nadie importa y a nadie interesa.

Descubres el sabor amargo de esa copa que tanto te gustaba. Descubres la sábana sudada en pleno verano a 40º centígrados. Descubres el mueble que golpea tu dedo meñique del pie izquierdo cuando te levantas de la cama. Descubres el plan que fracasa minutos antes de empezar. Descubres las conversaciones secretas de tu mujer. Descubres el odio que ciega y la ira que mata. Descubres lo vacuo de quejarte. Descubres todo a la vez y te resignas, no quieres luchar. Luchar no sirve de nada.

Una vez que descubres todo eso solo te queda lo sensato de cerrar los ojos y fingir un plácido sueño. Tonterías. Mañana será otro día.

jueves, 6 de marzo de 2014

La cafeína del espíritu



Lo confieso. A veces he besado sin pensarlo. Casi sin quererlo. Hay fuerzas ocultas que oprimen mi libre albedrío, he de decir. También debo admitir que hay besos que no saben a beso, besos torcidos y besos martilleados. Besos que saben a puños.

La última vez que besé fue extraño. Un sabor casi amargo que embargaba el cielo de mi boca me insistía en que cesara, pero una lengua aviesa me convenció de lo contrario. No supe reaccionar y me dejé llevar. Sabía que algo más se escondía tras ese trasnochado sabor, que una figura me tomaba de la mano para llevarme a un lejano océano de dudas para ahogarme allí, que un deseo incontrolable por conocer, por saber, por explorar, se adueñaba de mi compostura, que la sed irrefrenable de festines copiosos se daba de bruces contra la fuente seca y el plato vacío. Destrozó el reloj, arrancó la saeta para arrojarla al abismo donde yace la humanidad; desmembrada y esquelética, y allí perdí mi tiempo y gané un segundo.

Como decía, no me gustó ese beso. Fue el mejor.